Una de las cosas que más me atraen en la vida es viajar. Ya sea que lo haga en familia o solo, de vacaciones o por trabajo, hacia lugares conocidos como a desconocidos, siempre es una experiencia que disfruto muy intensamente, y además, me gusta programar mis viajes con mucha dedicación.

Miro fotos del lugar al que voy a ir, leo y escucho recomendaciones de otros viajeros, y hasta algunas veces recorro el lugar con el “View Street”.

Si el viaje es a un lugar desconocido y lejano, me encanta mirar por la ventanilla del avión al aproximarse al aeropuerto. Trato de reconocer e imaginar el relieve, la geografía, la densidad poblacional, pero no es lo mismo que estar allí. Hasta llegar, solo tengo algunas ideas o, a lo sumo, una primera mirada de reconocimiento.

Pero nunca las imágenes de las fotos, o lo visto al sobrevolar la región, ni lo dicho por quienes ya habían ido a ese lugar es igual a la vivencia de aterrizar y comenzar a recorrerlo, viendo de manera directa las formas y colores de los edificios y de la naturaleza, escuchando los sonidos propios del lugar y su música, palpando sus texturas, oliendo sus aromas, oyendo a las personas, etc. Recién allí comienzo a descubrir la cualidad singular de habitar y conocer algo de ese lugar.

Con la fe es exactamente lo mismo. Podemos escuchar lo que otros dicen acerca de Dios, pero no es lo mismo… podemos leer lo que muchos escriben, pero no es lo mismo… podemos seguir las tradiciones y elementos culturales, pero no es lo mismo… Para conocer a Dios debemos entrar en el territorio de la vivencia personal y la relación directa. Si no es así, entonces conoceremos muy poco o nada de Dios.

Algunos dicen: “Yo creo que hay ‘algo’ superior”, otros: “Yo creo en Dios”… pero es muy importante que nos preguntemos ¿Qué es ese “algo” en lo que creemos?, o ¿Qué sabemos acerca del dios en quién decimos creer?… ¿Lo que decimos creer es realmente fe en Dios?

Porque en Santiago 2.19, la Biblia nos dice: “Tú crees que existe un solo Dios. ¡Muy bien! Pero hasta los demonios creen en él…”, es decir ¡Muy bien, pero no alcanza!… no sirve para conocer a Dios.

En el libro de Job (uno de los hombres más piadosos de los que tenemos registro histórico) podemos leer una expresión que siempre me lleva a pensar y cuestionarme. Job le dice a Dios: “De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job 42.5).

Podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo es mi fe en Dios? ¿Alguna vez me animé a entregarme por completo a él? ¿Vivencié lo que es habitar realmente en el territorio de la relación con Dios, o solo lo conozco de oídas, o por lo que otros dicen?

Si verdaderamente deseamos conocer a Dios, debemos escuchar su propia voz, leer su Palabra (“Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” –Romanos 10.17) y entregarnos a una vida de relación plena con él; y esto no es tan difícil, porque “…en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros.” (Hechos 17.27)

Te mando un fuerte abrazo.

Sergio