Estamos en una semana muy especial, reconocida como la Semana Santa (o fiesta de pascua). Ésta parece ser el tiempo ideal para tomar unas minivacaciones, pasear, descansar, aprovechar para reunirse en familia o con amigos, etc.

Seguramente las rutas se verán repletas de autos en dirección a diferentes zonas turísticas y, probablemente, algunos estarán ahora mismo programando “la mejor manera aprovechar este fin de semana largo”.

Otra particularidad de este tiempo especial es que algunas cadenas de televisión modificarán sus programaciones habituales ofreciendo películas y series acerca de la vida de Jesús que no son transmitidas en ningún otro momento del año, aunque dudo de que tengan un gran nivel de audiencia.

Del mismo modo, estoy seguro que las iglesias de todas las denominaciones tendrán más asistentes que durante el resto del año, pero no sé si la reflexión profunda acerca del sentido de esta celebración involucrará a todos ellos.

Lo cierto es que todos, de un modo u otro, estaremos tratando de aprovechar al máximo este fin de semana, aunque es posible que para la mayoría solo se trate de ocio y esparcimiento, o aun, de actividades rituales religiosas rutinarias y vacías.

Pero esta celebración no debería ser solo algo propio de la liturgia religiosa, ni de lo que está culturalmente asumido o impuesto, sino que se trata concretamente de reconocer cuál es nuestro estado ante Dios y de que podamos visualizar su respuesta y su propuesta de misericordia, amor y gracia a la necesidad más profunda que tenemos las personas. Es una oportunidad para examinar más profundamente el propósito de la venida de Jesús al mundo porque, a partir de este reconocimiento, nosotros podemos acceder por la fe al perdón y la redención de nuestros pecados y a la recepción de una nueva vida que será eterna en su presencia.

Dice la Biblia que Jesucristo, “aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8).

Pero al tercer día de haber muerto en la cruz, Jesús resucitó, lo cual también es imprescindible reconocer porque de otro modo, ¡nuestra fe no valdría para nada! (1 Corintios 15:14). Porque “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Efesios 2:4-7)

Yo no sé cuál será el modo en el que pasarás estos días, ni tampoco donde estarás, pero quiero invitarte a que, donde sea y como sea que estés, te tomes el tiempo necesario para considerar el verdadero sentido de lo que representa la Semana Santa.

No habrá mejor manera de “aprovechar este fin de semana largo” que disponiendo tu corazón a la reflexión acerca del sentido de la venida de Jesús al mundo, de su muerte y de su resurrección, y también a la toma de decisión acerca de cuál será tu respuesta concreta a su amor por vos, “porque para esto Cristo murió y resucitó, para ser Señor tanto de los muertos como de los vivos.” (Romanos 14:9)

Te mando un fuerte abrazo.

Sergio